Monday 23 June 2008

Bardo Kan & Pollo Píriz / Portavoz (una tal Ana Cheveski) 2002




El CD de Bardo Kan y el músico Pollo Píriz confía en la palabra, la festeja, necesita de ella y aun de su exceso. La clave está en los juegos de identidad del poeta Héctor Bardanca (Montevideo, 1954), quien también firma algunos de estos textos, junto a su heterónimo Bardo Kan, y junto a una de sus más reveladoras identidades: Ana Cheveski. En algunos círculos poéticos montevideanos, esta revelación no constituye ninguna sorpresa. Era en ellos un secreto de Polichinela y se oía con cierta frecuencia la afirmación “Ana Cheveski es Bardanca”.
Sin duda, “Ana Cheveski es Bardanca” porque es Bardanca quien escribió el siempre citado (y admirado) único libro de “Ana Cheveski”: Visiones de lobizona, Ultimo Reino, Buenos Aires, 1989. Esa edición daba además el embrión de una posible e imposible biografía autoral. Cheveski, informaba el editor, había nacido en Guichón, Paysandú, “el 6 de enero de 1960”, y residiría “actualmente” en Berlín. Por su lado, con su nombre (real, civil), Héctor Bardanca es dueño de una obra extensa. Conocido por su incansable trabajo editorial y performático en las ediciones de UNO entre 1982 y 1989, cofundadas por él, y por su participación en la revista “La Oreja Cortada”, entre 1987 y 1990, había publicado en poesía Orificio de salida, UNO, 1985, G, UNO, 1987, y El último capítulo de la historia del mundo, video y cassette, Perro Andaluz, 1993. En ediciones Yoea había publicado Polaroid, una “Crítica de la cabeza uruguaya”, además de haber participado del cassette colectivo de los poetas de UNO Si el pampero la acaricia, Ayuí/Cema, 1986, y de haber preparado el libro de Eduardo Mateo Como un señor del tiempo, UNO, 1988.
Pero también se debe afirmar que “Ana Cheveski no es Bardanca” si se atiende a su naturaleza de heterónimo y no de mero pseudónimo. Porque lo que caracteriza la obra de Bardanca (su poesía, pero también su labor crítica) es justamente la fragmentación, el estallido de la noción autoral, que resulta en el tema mayor de este Portavoz..., construido (y disuelto, ese es su juego) sobre textos de Bardo Kan, Héctor Bardanca (“propiamente dicho”, agregaría uno), Ana Cheveski, y aun Vicente y Luciano Bardanca (hijos, de hecho, del Héctor “civil”), pero sin excluir la presencia, “real” aquí, del poeta Agamenón Castrillón.

Tampoco vacila en incluir un fragmento de una canción de Juan del Encina (1469-1529), y el conjunto exhibe en cubierta “comentarios”, muy lúcidos algunos, muy lúdicos otros, de Ana Cheveski, Julio Herrera y Reissig, Lirio Galván y Rrose Sélavy (sic, que no por acaso fue un heterónimo de Marcel Duchamp, “escritora” creada hacia 1920 y autora de las boutades de Poils et coups de pieds en tous genres, en 1939). Finalmente, el CD contiene en su interior un cuadernillo de Ana Cheveski, llamado “Lapsus calami”, un “desliz en la escritura” que es la marca misma del poeta que se complace en ser varios.
Bardanca es el poeta que más se aproxima a la canción, con su “musicalización” innovadora, junto a Pollo Píriz, un “lapsus” musical cuyos antecedentes podrían rastrearse desde el trabajo de Horacio Buscaglia, de Macunaíma y en el disco “Un tal Leo Antúnez” (1972), mencionado desde el título del presente CD. Creada sobre una variedad innumerable de instrumentos, afro-brasileños muchos, la diversidad de los registros musicales (con cierto predominio de un decir que tiende al rap) colabora justamente para el quiebre de una única identidad (si ésta existiera en un poeta “portavoz” como Bardanca). Y es por eso que su poesía se detiene aquí en el equilibrio yin-yang, lo femenino y lo masculino, lo grave y lo lúdico, el tono elevado y los recursos de tradiciones populares. Todo eso es Bardanca (y, en este espléndido Portavoz, todo junto, inclusive la vampira de Ana Cheveski), y es también lo que este poeta quiere, o no puede evitar demostrar, a saber, que la literatura “de género” (femenina y gay, por lo pronto) dependía de un Autor, es decir, de una garantía que la primera persona, en poesía, no siempre acepta dar.

Alfredo Fressia.


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